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"Arracadas" El erotismo a través de los objetos.



Él ya la había visto antes, entrando y saliendo del salón por casi cuatro meses ya. La miraba reír, cansada, alegre, dubitativa y de muchos otros ánimos y estados, y la viera como la viera, era la criatura más hermosa y perfecta que había tenido el gusto de descubrir en los últimos años.


Tiempo atrás se descubrió absorbido por la rutina, su sonrisa ya no era franca y las cosas simples empezaban a pesarle, un saco a cuestas de diez años de historias fallidas le ensombrecían las pocas ganas de volver a engancharse de algo, ya no había muchas fichas más que apostarle a las cosas de los hombres y prefería ahorrarlas para pagar su pasaje cuando se encontrara en la balsa que cruza el río Aqueronte, su único amor se desgranaba sobre las animadas cabezas que iban a escucharlo para tomar algo del mundo de saberes que le quedaban para compartir, era la manera de perpetuarse, de trascender, de asegurarse que algo de sí quedaría como herencia al mundo y entonces su humanidad habría valido algo y evitar así convertirse una de esas que se ha desperdiciado en las huestes de los millones de sin provecho que deambulan por cada callejón de la Ciudad de México, pero ella apareció con ese par de arracadas que bailoteaban al compás de sus caderas al caminar por la estancia, una humilde aula de clases ubicada en el segundo piso de un instituto particular de poca monta. Era perfecta, un hermoso cabello que caía como llovizna por su juvenil espalda y bajaba hasta el punto donde se erigen los límites de la imaginación, ese grácil movimiento con que conmovía al aire a su alrededor, su voz llena de energía que animaba el humor de quienes la escuchaban, su carita perfectamente definida que no le pedía nada a ninguna venus creada o imaginada por los espíritus de los grandes artistas, un cuerpo de señorita que expresaba a los cuatro vientos lo gentiles que habían sido con ella sus veinti tantos años, con su piel pulcra como la madera fina que recubría cada una de las curvaturas que conducen con seguridad absoluta a todos rincones del mapa de su ser carnal.


La vida volvía a ser y las alegrías pendían de esas arracadas como dos oraciones que cuelgan del cielo, como dos deseos expuestos sobre la base de un par de estrellas fugaces que invierten la fuerza de su tránsito en intentar complacer el pequeño capricho de un parco mortal que anhela mirar esos círculos de plata cada mañana, cada atardecer,cada noche, en cada rincón de su pensamiento, y con esa imagen en clavada detrás de las pupilas volvía a emprender el andar hacia el trabajo para mirarle como cada día y seguir detallando el cuadro que de ella se había hecho en la privacidad de su conciencia.


Era la hora de estar al frente del grupo, de decir y esperar que entre decires el auditorio se llevara algo de valor, una reflexión, una idea nueva, una razón para pensar, porque el tenía la convicción de que el más justo de los intercambios era darles algo a cambio de poder tomar un poco más de la imagen de ella, era la forma en que se autorizaba el permiso de hacer algo que se le antojaba desaprobado por la pequeña sociedad de la que formaba parte, que lo motivaba a sentir culpa por considerar prohibida su manía por ella, que lo hacia mirarse como quien tomaba una propiedad del colectivo, de hacerse de lo que no le pertenecía, y que sólo enseñándoles algo nuevo lograba pagar el caso omiso que sus alumnos hacían de cara a la inclinación de su deseo de ella que siempre vestía de noche, que miraba con sensualidad, que se contoneaba con la misma parsimonia de un velero a la deriva en un mar en calma, ella que conquistaba con su displicencia y que hacia florecer los brotes secos de los viejos prados pisoteados por el tiempo y la ingratitud con la esencia de sus perfumes corporales, ella que iba y venía siendo el manto misterioso sobre el que se pinta una luna coronada por sus dos luceros que la escoltan como celosas estatuas vivas que cuidan de lo suyo.


Ella era inevitable, cada día más hermosa, cada días más sensual, cada día más perfecta. Verla era necesario, vivir de ella se volvió tan natural como respirar, esa necesidad se convirtió en deseo irrefrenable que lo empujaba a querer tocar el paraíso de su figura con las manos y que se extinguía en una caricia exangüe y fugaz que se movía entre los hombros y el cabello de esa mujer gato, se hizo una necesidad querer tenerla para sí, saberse conocedor de ella, de cada palmo de su ser, verla dejó de ser suficiente, la quería suya, suya y de las estrellas que le bañaban de luz la silueta al dormir. Deseó ser esa noche que se acuesta con ella, deseó ser ese espejo que la mira en silencio cuando se desnuda, deseó ser cada lubricante que pasa por su piel, que la acaricia, que la baña, que la embellece, deseó ser cada afortunado objeto y cada uno de los espíritus de la naturaleza que besan con pasión y ternura cada parte de su cuerpo. Quiso estar en la cima del mundo y poder verla de la cabeza a los pies, ser su pensamiento más próximo en todo momento, que le deseara tanto, con las mismas ganas que él sentía por ella, de ser uno con ella, aunque fuera una sola vez, él se encargaría de convertirlo en su "para siempre".


Tan curiosos los humanos que temen a su deseo pero no pueden renunciar a él, que necesitan con toda la fuerza de su inconsciente hacer valer ese impulso elloico por algún medio. La psique del hombre es un lugar curioso lleno de ilógicos, es un espacio de contravenciones donde se enfrentan lo prohibido con el principio del placer y de los que resultan una suerte de síntomas encubridores y objetos simbólicos. Y en este mar de ilógicos, prohibiciones y deseos reprimidos se tejen las formas más curiosas de sensualidad, culpa y deseo. Y así, en el silencio de las horas avanzadas de la madrugada su mente era asaltada por el recuerdo que viajaba de sus caderas perfectas a sus ojos de gato, de la curvatura de sus senos que resaltaban bajo la cota de malla de la blusa a su sonrisa tímida, de la firmeza de sus nalgas hacia la tersura de su cabello, de sus hermosas piernas blancas hacia su espalda, de su sexo, su entrepierna y su espalda a sus arracadas, y aquí el pensamiento se detenía en el tiempo a contemplar esos testigos mudos de la descarada sensualidad de las formas de su ama, y su risueño brillo daban cuenta de todas las formas perversas y excitantes de participar de ella.


Otro día más, otra oportunidad más para recoger nuevas imágenes de ella, para seguir acrecentando la colección secreta de momentos que serán evocados cada madrugada en medio de las resistencias que erige el sentimiento de culpa, pero que al final serán superados de algún modo por ese deseo que irremediablemente ha rebasado las fronteras de lo permisible y dibujado otras nuevas, y así, bajo las auroras previas a la mañana, el deseo de poseerla va abriendo otros canales, otras posibilidades, otras formas de hacerla suya y arrebatarla del mundo para tenerla sólo para él.


Y así, en el silencio de las horas avanzadas de la madrugada su mente era asaltada por el recuerdo que viajaba de sus caderas perfectas a sus ojos de gato y volvía a sus caderas, que iba de la curvatura de sus senos que resaltaban bajo la cota de malla de la blusa a su sonrisa tímida para regresar a sus hermosos y perfectos senos, cada vez más descubiertos, cada vez más accesibles, se paseaba de la firmeza de sus nalgas hacia la tersura de su cabello y fugazmente comprobaba la firmeza de esa magnifico trasero, forjado al calor de las telas y la conquista de las alturas, lo tocaba con la mente, lo apretaba con sus manos imaginarias, el éxtasis lo atraía hasta sus hermosas piernas blancas, luego a su espalda, y se detenía a besar lentamente los espacios entre éstas, se posó en su sexo, jugueteo con su entrepierna, blandió al aire sus abastecidos muslos y otra vez, en el climax del placer sensual que cubrían la fantasía la culpa asomaba inoportuna y el mundo aterrizaba sobre las arracadas, y aquí el pensamiento se detenía en el tiempo a contemplar esos testigos mudos de la descarada sensualidad de las formas de su ama y la elasticidad de su cuerpo joven, y su risueño brillo daban cuenta de todas las formas perversas y excitantes de participar de ella.


Está perdido, si no la posee sabe que perderá la cordura. Cada día es más difícil contemplarla solamente, ahí, hermosa, perfecta, seductora y ajena. Con esas gentiles formas que se adhieren a su cuerpo como traje a la medida. La sangre hierve, el deseo es incontrolable, el latazo que produce la impotencia de mirarla a diario, de observarle de espaldas cuando camina de regreso a su lugar asignado y no poder tomarla por sus voluptuosas caderas, parar el tiempo y hacerla suya, tomarla de una vez por todas ¡Maldición! que hermoso trasero tiene. Es imposible detener el avance, la mente le dice que se detenga pero su instinto ya inició el avance, lo ha empujado a abandonar su trinchera detrás del escritorio, ha caminado hacia ella, la ha tomado por sorpresa ante la vista atónita de sus compañeros de clase, la ha tomado de la cintura y la ha acercado hacía él, volviéndola para tenerle de frente, le ha envuelto con un abrazo fuerte y la ha tomado de la nalga derecha con su mano firme, apretándole, haciéndole saber que a partir de ahora le pertenece, la ha apretujado contra su cuerpo y puede sentir esos cálidos senos juveniles resistiendo firmemente la intensión de los cuerpos y con voluntad firme la ha besado con intensidad, mientras la sigue tomando de la nalga para después recorre su espalda mientras la otra mano le toma un pecho y lo acaricia con insistente necesidad de sentirle a ella... profe... y él sigue besándola... profe... y la acorrala contra la pared... profe ya es hora... y le besa el vientre y el costado... profe ¿va a dejar tarea?... y sube por su estomago hasta descubrirle ese hermoso par de senos envueltos en su audaz sostén de encaje negro... profe ¿es todo? ¿ya nos vamos?... y la realidad se le presenta con brutal claridad, la imaginación le traicionó y le regaló el último de los momentos con ella, la culpa lo envuelve y sólo atina a confesarle todo el deseo que siente por ella de la manera más torpe que se le viene a la mente, y esa carga de perversión, sensualidad y deseo reprimido de estar con ella... sobre ella... junto a ella... dentro de ella, terminan con un "están bonitas sus arracadas, le van muy bien, por favor no deje jamás de estudiar y échele muchas ganas".


Una noche más, y así, en el silencio de las horas avanzadas de la madrugada su mente era asaltada por el recuerdo que dejó de viajar de sus caderas perfectas a sus ojos de gato, de la curvatura de sus senos que resaltaban bajo la cota de malla de la blusa a su sonrisa tímida, de la firmeza de sus nalgas hacia la tersura de su cabello, de sus hermosas piernas blancas hacia su espalda, de su sexo, su entrepierna y sus abastecidos muslos hasta esas arracadas donde el pensamiento se detenía en el tiempo a contemplar esos testigos mudos de la descarada sensualidad de las formas de su ama y la elasticidad de su cuerpo joven, y su risueño brillo que daban cuenta de todas las formas perversas y excitantes de participar de ella. Esta vez eso no resultó suficiente, el desvelo acompañó la imaginación a extenderse más allá de la prohibición, el tiempo se alió a él para dejarle besar sus caderas perfectas, se coló entre sus piernas mientras miraba sus hermosos ojos de gato, vio el deseo en ellos, ese rostro excitado que tímidamente pedía más de él, le descubrió los senos, los contempló en medio de la complicidad de la cota de malla que cedió sin resistencia, que dejó vulnerables ese par de templos de vida, le acarició las nalgas, las recorrió una y otra vez con el tacto, las vivió tersas, puras, olfateó su cabello, se posó en su sexo, la tomó de todas las maneras posibles, con ternura y con violencia, con brusquedad y con delicadeza, la venció hasta el cansancio, la agotó hasta la extenuación, le exprimió todos los alientos, capturó todas sus miradas, la hizo suya hasta el grado de que no será jamás de nadie más, bailó con ella, por ella, sobre ella y dentro de ella, y las arracadas, que danzaban al ritmo de cada momento, sudaron cada gota, gimieron cada entrada y marcaron el momento exacto de la vorágine de humedades que los conjugó en un único ser... después...calma...sueño.


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Una tarde lluviosa de abril, una taza de café sobre la mesa de una cafetería del centro de la ciudad, una cuchara que insistía en disolver la azúcar que hacia tiempo había dejado de existir como ser independiente al resto de la mixtura, cinco meses de distancia entre él y el último recuerdo de ella que preserva con recelo, que revisa una y otra vez para asegurarse que no esté desgastado, convertido ya en aquella fotografía en la cartera que adoras mirar y que se desdibuja de a poco con cada toque de los dedos que la resguardan. Particularmente hoy, con la humedad, el frío y la soledad que se pasean por el ambiente, intenta por enésima vez evocar el recuerdo de esa lejana noche de fantasía en la que pudo superar los tabús autoimpuestos, cuando el superyó dejo pasear al ello libre de vigilancia, haciéndose omiso de vista, componiendo así el mejor de los recuerdos de ella.


Pensó largamente ese instante, una y otra vez, perdiendo unos detalles y compensándolos con la invención de otros, una sensación arrebatadora y triste lo inunda con cada remembranza porque presiente que pronto la perderá para siempre. Su cara le resulta ajena, la mira en sus pensamientos pero ya no la reconoce, esos ojos de gato son la poca referencia de su rostro que acepta hermoso pero no recuerda bien por qué, su cuerpo sigue siendo deseable a la distancia pero ya no está seguro de si todavía es ella, aun no se va pero ya la extraña, la sufre mientras se va extinguiendo, se sorprende de anhelarla tanto como la primera vez, y como la segunda vez, y como la tercera vez, y como todas las veces que ha estado ahí... clava la mirada en el cielo, le reprocha al maldito destino haberlo condenado a empujar la piedra hasta la cima de la montaña por toda la eternidad...cierra los ojos y sólo atina a desempolvar la poca fe que le queda para pedirle a todos los Dioses, a quien le escuche, que le arrebaten todo lo que deseen pero no a ella, que le permitan quedársela para siempre como el único caprichoso tesoro que se llevará el día que haya que partir...el cielo se nubla un poco más, llora con él y para él la impotencia de saberse el testigo que escucha las súplicas del corazón de un hombre que se rinde a la vida, que lo entregaría todo por un momento más de vida arrancada por la fuerza de los tormentosos senderos de lo que está destinado a perderse en el olvido para siempre.


"Tiempo al tiempo tengo que esperar, es la idea y suele condenar, tu mirada vuelve a penetrar mis pupilas lejanas, a ver si todo acaba aquí"


Las palabras de una vieja melodía lo regresan a la realidad, esas palabras no habían tenido tanto sentido como hoy, sonríe por la ironía con que la vida se hace sentir, esos Dioses se ríen de él pero siempre han sido benevolentes, recompensan de una manera cuando castigan de otra. Quizá es el mensaje final, la invitación a dejarlo ir ya, toma un sorbo de café frío, mira al otro lado de la calzada, observa la lluvia que moja relajadamente todo lo que toca, casi como si lo acariciara, como si cuidara de todo, como si le anunciara que le está preparando un mundo nuevo que se alista para recibirlo cuando abandone la lucha, cuando empaque ese recuerdo junto a todo el equipaje que ya no puede llevar consigo y continuar así con la vida.


Mira cómo la poca gente que transita por los alrededores no parece inmutarse frente al cielo que se desborda con suavidad, los contempla tranquilos, taimados, ensimismados en sus pensamientos como él lo hace en los propios, hace el esfuerzo final por rescatar los trozos rotos de la memoria, relame las paredes del tiempo intentando tomar en la punta de la lengua los últimos sabores que quedan de la musa que lo inspira todo. Su cuerpo total se suma al esfuerzo por traerla una última vez, la logra recomponer en la distancia, al otro lado de la calle, del lado opuesto de donde está él, en la misma situación imposible en que siempre ha estado, él acá, ella allá, donde permanece intocable, inaccesible y sólo la puede alcanzar con su deseo y su imaginación. Sigue tan hermosa como siempre, con su vestido negro, las mangas a tres cuartos y los límites de sus prendas por arriba de ese par de rodillas que se muestran como insinuaciones del paraíso que aguarda más allá de lo que la vista alcanza a percibir, que esperan al desgraciado incauto que sea capaz de merecerlo y pueda sobrevivir al encuentro; esas botas negras y pesadas le acompañan marcando el paso firme con que se para sobre el mundo y lo conquista, que mandan el mensaje incontrovertible de que es sin lugar a dudas la criatura más bella que se ha paseado por este mundo de mortales que perecerán sabiendo que sólo la pueden contemplar. La lluvia que le empapa el cabello la hace brillar, con esa media coleta y un par de mechones que le resbalan por su frente, con la vista empañada que se hace adornar con sus gafas, esas que resaltan la profundidad de su mirada en la que cualquier astro del cielo se distrae y pierde el rumbo.


"Uhhh, no me dejes morir así. Uhhhh, no me dejes caer en la trampa"


Una lágrima indecisa pende silenciosa de sus pupilas, no sabe si debe salir, no está segura de cómo debe comportarse, desea que su actuación se ajuste a los mensajes de la mente y del corazón, no sabe si ella está ahí para hablar de tristeza o si su razón de ser es la alegría, por eso espera impasible a que llegué la señal correcta y se convierta en la moneda de cambio, un sentimiento por una razón. Una sonrisa se dibuja en su rostro, esta feliz de que la memoria le regale una claridad del recuerdo de ella, está triste porque sabe que sólo es eso, una limosna de caridad que le da la mente, una oportunidad para despedirse de ella, la visión más real que ha tenido en las últimas semanas.


"Veo tu sombra contra la pared ¿dónde estoy? ¿a dónde es mi lugar? paredón me vienes a buscar, tu venganza me alcanza, a ver si todo acaba aquí"


El semáforo en la esquina, ese que tiene una enorme luz roja reúne todas las fuerzas necesarias parece intentar detenerla un momento para que las retinas de él la capturen como un tatuaje vivo dentro de sus ojos, le brinda los minutos preciosos necesarios para agarrarse de ella, para buscar desesperadamente la manera más efectiva de conservarla en la la eternidad de su alma humana que un día partirá con Díos para recibir una nueva encomienda. Se mira las manos, posa la vista en los objetos, la silla, la calle, la lluvia misma, intenta encontrar el lugar donde la grabará para preservarla intacta, para que no se convierta en humo, para que no desaparezca y la pierda una vez más, no lo soportaría, su corazón es viejo ya, vuelve a mirar con angustia el cielo, a rogarle otra vez, ella lo convirtió ésta tarde en el creyente principal de todos los Dioses que han existido, que existen y existirán, recurre a ellos buscando la inspiración, las primeras estrellas parecen asomarse en la calle, pero no, no son estrella, son algo más brillante y esperanzador que eso, son esas arracadas que la acompañan siempre, lo ha descubierto, ya sabe qué debe hacer, el semáforo ha cambiado a verde, ella avanza, se perderá pronto, la mira cruzar la calle, él cierra una vez más los ojos, aprieta los parpados con todas las fuerzas de las que logra hacer acopio, se enfoca en hacer que su pensamiento alcance a ese par de milagros para que, sujetos a la cercanía de sus oídos, le susurren todos los días que ella es suya, que la llevará por siempre en su tacto, en sus palabras, en sus acciones, y predicará su nombre en el difuso mar de encuentros que la vida le tiene preparado. Se concentra en escribir cada palabra sobre la superficie de plata que se ha dispuesto para ser el libro de la memoria, poniendo sobre ella cada detalle, preciso, perfecto, donde plasmará el mejor retrato que ningún fotógrafo hará jamas de ella, con sus vestidos ajenos a la soberbia de la vanidad, donde podrá verla una y otra vez y para siempre, en donde la recordará en el silencio de las horas avanzadas de la madrugada, cuando su mente es asaltada por el recuerdo que viaja de sus caderas perfectas a sus ojos de gato, de la curvatura de sus senos que resaltan bajo la cota de malla de la blusa a su sonrisa tímida, de la firmeza de sus nalgas hacia la tersura de su cabello, de sus hermosas piernas blancas hacia su espalda, de su sexo a su jugueteo sumergido en su entrepierna, de sus abastecidos muslos a las arracadas donde el pensamiento se detendrá en el tiempo a contemplar esos testigos mudos de la descarada sensualidad de las formas de su ama, de la elasticidad de su cuerpo joven, y su risueño brillo darán cuenta eterna de todas las formas perversas y excitantes de participar de ella.


El grabado ha terminado, los ojos cerrados duelen de la presión que representó el esfuerzo realizado para no olvidar ningún detalle, todo ha sido tallado a fuerza de un agotador ejercicio mental, que ya terminado, deja un río de paz en el alma que ha empacado lo necesario para empezar a consumir la segunda mitad de una adultez joven entrada ya en algunos años aventajados. Abre sus ojos, que borrosos tratan de recomponer al mundo en rededor, sus sentidos se conectan de a poco, el oído le avisa que aún llueve, el olfato le convida el aroma de una nueva taza de café caliente que no recuerda haber pedido, el tacto le envía una calidez que viene de sus puños cerrados y colocados sobre la mesa, como si estuvieran envueltos de un cariño que le resulta desconocido y familiar pero tranquilizador, sus ojos siguen trabajando esta información, siguen luchando por recomponer las piezas aún empañadas del apretujado esfuerzo que soportaron minutos atrás, se sostienen de los susurros de los demás sentidos que saben algo que ellos no... ¿El Café caliente? ¿Qué me quiere decir mi olfato?... ¿Lluvia? ¿Qué significa lo que escucho?... ¿Mis puños cálidos? ¿Qué estoy sintiendo?... y así su vista se despeja de las nubes que empañaban el mundo... y ahí lo esperaban ya unos ojos de gato que lo miran con atención... unas manos cálidas que lo sostienen por los puños que se aflojan cuando él se sumerge en la profundidad de la mirada que lo escudriña con atención... una taza de café junto a otra más que miran expectantes los aconteceres de la pintura que se revela ante sus aporcelanadas existencias... el hechizo funcionó, ella ha sido grabada tan bien sobre esas arracadas que ya no parece más un espejismo, que se siente tan real como la primera vez que la miró sentada en su butaca escolar, tan real como la primera vez que la sintió cerca, que se descubrió mirándole el busto, que la siguió con la mirada y quedo prendado a sus caderas, a sus glúteos, a su espalda, a "ese paso tranquilo que va de lado a lado". El mundo lo sabe, sus sentidos dan crédito de ello, es ella, es real, aquella Dulcinea que movió al Quijote y lo motivo a vencer a los gigantes de viento, su corazón no lo acaba de creer, en verdad es ella, aquí, de entre todas las casualidades que pueden ocurrir al capricho de los azares, este es el más afortunado accidente, ese que jugaba con las más ínfimas posibilidades en los cálculos de Bernoulli, ese que desafía todas las teorías de la física, que confrontan la relatividad de Einstein y las posibilidades infinitas que se juegan en el horizonte de eventos al rededor del agujero negro que arranca la materia del espacio y de la que pocas cosas escapan.


"No se da cuenta, ella sigue su juego, va para adelante, sigue con su meneo"


Ella está ahí, sentada frente a él, con ese divino par de ojos con que lo atrapó desde aquella vez que le miró de soslayo con una mueca incomprensible que colgaba de sus labios, ese anzuelo displicente lanzado a propósito y en el que él cayó rotundamente. Ella siempre lo supo, a veces lo dudaba un poco pero lo sabía, su instinto de mujer se lo decía, pero lo negaba con el corazón, a veces entre jugueteo se exprimía las ganas de que el mundo lo supiera, de que alguien le confirmará que era ella el pretexto de las palabras y las miradas de él, y en esos fugaces jugueteos exclamaba "ya viene mi clase favorita" para escuchar la resonancia de quien la conocía, porque le gustaba que alguien le dijera que su profesor también era su motivo, luego negaba los dichos de los otros para guardarse el dulce sabor de la duda que dejaba en los demás cada vez que exponía su sentir, porque los demás eran sus cómplices en los momentos donde se volvía a jugar el corazón.


Un café, un cielo que seguía cayendo como música sobre las manos y las miradas que se confiesan temerosas, un escenario de encuentros honestos, abiertos, con sus seres expuestos sobre la mesa de esa cafetería, sin nada más que perder, porque el que se confiesa gana el privilegio de la paz que acompaña a quien se ha desnudado para mostrarse como es, porque no cargarán más esas palabras atoradas en las cavidades pulmonares, que presionan al pecho hasta el punto de dolerse por la punzante verdad acuciante que si no se libera reventará. El mundo parece mirar discretamente a estos dos que se han detenido al borde del abismo, que no retroceden un paso ni tampoco se ven dispuestos a saltar. La tarde sigue cayendo, las luces empiezan a encenderse, los ánimos siguen creciendo y un cielo urgido de saber qué sigue se ha rendido a la opresión del momento. La mano de la naturaleza, que se juró ser neutral a la cotidianidad de los humanos se permite el capricho de motivar las voluntades para que esta historia no quedé suspendida en el montón de historias que nunca fueron, y así comienza a organizar la orquesta de eventos que están bajo su poder para desanudar el momento que se ha detenido en este bucle que amenaza con volverse infinito y quedar atrapado en la incompletud. El viento hace la primer movida, se comporta violento, el aire entiende el plan y lo envuelve de frialdad, juntos obligan a la tímida pareja a caer en cuenta que éste ya no es su escenario, que no es posible nada más aquí, que el café caliente tiene que acabar, que los espacios para los enamorados que arden en deseos de arrojarse al fuego purificador de los brazos del otro no tienen cabida en esta mesa. El cielo nublado les da el último motivo, amenaza con devastar las calles y todo lo que en ellas hay, que no habrá nada que se salve de la agresividad con que se precipitará, es como un padre molesto que empuja a sus hijos a hacer lo correcto y pone la cara de enojo que provoque ese resultado. Un billete cae apresurado sobre la canastilla de la cuenta. El abrigo de él se posa en los hombres de ella, su instinto le dice que debe protegerla, ponerla a resguardo del ímpetu con que se hacen presentes los elementos de la naturaleza.


"Uhhh, no me dejes morir así. Uhhh, no me dejes caer en la trampa".


Las aguas lo han empapado todo, se las arreglaron para llegar a todo rincón de sus ropas, sin reparo ni misericordia lo han invadido todo, el aire frío los hace tiritar, sus cuerpos mojados brillan bajo los haces de la luz de las farolas que se cuelan por la ventana, que insisten en descubrir a la pareja en la intimidad de sus soledades que ahora se hacen compañía. Las miradas se encuentran, se observan el uno al otro y atestiguan el desastre de guiñapo en que están convertidos. Ríen divertidos y ríen nerviosos, toda una vida ha pasado en sólo unas horas, se han contemplado desde la tristeza, después desde el amor tímido que retoña lentamente como algo desconocido entre ellos, se han contemplado hermosos y ahora estropeados, se han conocido tanto que los minutos se viven como años. El pensamiento vuelve a él, ella es hermosa, parece una escultura recubierta de caprichos dorados que sacan lo mejor de ella, nuevamente sus ojos lo han atrapado, la culpa de saberla sensual lo invade nuevamente, la pesadez de las telas mojadas ha revelado su figura perfecta, más perfecta que la perfección de la imagen con que la ha evocado desde siempre, la mira con ternura y con deseo, la siente inofensiva, dispuesta, con deseos de sentirse protegida, ya no de los elementos naturales, sino de la vida misma que le ha maltratado el corazón un poco.


Una sala de estar, una lampara de mesa que ilumina lo mejor que puede la estancia pequeña que se ha ofrecido como paisaje para los amores velados que inocentemente se revelan en la complicidad de las sombras que esperan agazapadas en los rincones para abalanzarse sobre ellos. Ella pide permiso para usar cualquier prenda disponible que le proteja del frío que comienza a calarle los huesos. Él le acerca su playera favorita, una que tiene el logo de Batman estampado en el pecho, una playera elegida estratégica y mañosamente para ella, un pequeño capricho que desea cumplirse, un pensamiento pícaro e infantil que le sonsaca una sonrisa. Ella descubre la intención y ríe nerviosa de la emoción de saber que representa el deseo instintual más poderoso que existe enterrado en él.


La noche se vuelve más profunda, ella se gira de espaldas para quitarse el abrigo empapado y deja al descubierto el vestido que seductoramente revela la existencia de una espalda tallada con el mejor material que ningún artesano ha moldeado jamás, se saca las botas, desanuda lenta y parsimoniosamente el listón que mantiene sujetas, unidas y firmes las estructuras de sus ropas; él mira, como hipnotizado, el paso poco apresurado con que se deshace la estrella que flanquea los hombros de la única Diosa viva de la que tiene conocimiento. El vestido cae a los pies de ella, un cachetero negro con encajes vino y un bralette a juego se revelan como ese viento que sopla sobre las brasas de un incendió que se venía extinguiendo y las revive, él puede sentir como su interior se ilumina con el calor de sus humores caldeados por esa mujer de ser provocador y lo abandona a los arrojos de la turbulenta imaginación que se dispara sin control hacia todos los lugares inexplorados de esa Dulcinea que todo lo inspira... De esa Lilith que todo lo pervierte. Él soporta, resiste la furia de la jauría de feroces e irrefrenables deseos que esperan la indicación para arremeter contra su víctima y destrozarle cada parte de su ser. La mirada de él viaja de la media coleta al cachetero, del bralette hacia los lunares de sus lustrosas piernas, descubre poco a poco más detalles de ella, esas figuras perfectas que la conforman de pies a cabeza, la mira por partes, le contempla los detalles que la forman pero también la mira completa, ella es el todo que le arrebata el ser, que lo desarma, un lunar por aquí, otro por allá, uno más a la izquierda y otro por la derecha, le descubre el más coqueto de ellos plantado en su nalga derecha, tan perfecto, tan puro, que se hace notar cuando ella se inclina un poco para desprenderse del vestido que se aferra a sus pies, en el momento justo en que sus nalgas se vuelven dos medios círculos que insinúan una señal que no logra identificar, esa que se convertirá en la razón de ser del cenit de su sexualidad desconocida que en cualquier momento se abrirá para ser explorada, y entonces lo descubre, ahí, debajo de los últimos resquicios del vestido negro que se separan de ella, una señal de intensidad chillona que es imposible pasar desapercibido, que desgarra el espacio por su inminencia ingente que, fuera de toda lógica, lanza el disparo de salida en un color azul intenso que la hace ver coqueta, infantil y dulce, que rompe las cadenas de la contención elloica con la imagen de un gato silvestre que arrebata la tranquilidad y desata el último eslabón que le impone la irrestricta orden de ir a por ella convertido en un una ola que se verterá sobre ella y la arrasará de principio a fin.


Y así una noche más, esa en la que el silencio de las horas avanzadas de la madrugada asaltan su mente con la visión de las caderas perfectas de la mujer con ojos de gato que se desnudan al ritmo de la canción simétrica que acompasan los latidos de su corazón. La ola la ha alcanzado, la ha tomado por sorpresa, no cualquier sorpresa, sino una que esperaba con emoción y paciencia, que le ha arrollado por la espalda y que la inunda de un placer que puede sentir venir, uno que nace en la boca de su estomago, que la hace bajar la guardia para que las manos del erótico Romeo la lleven a donde les plazca, a ella no le importa dónde será eso, sólo importa que sea con él. Sus ojos de gata al fin lo han alcanzado, tímidos y sugerentes, coquetos y provocadores, ansiosos e invadidos de placer se llenan de urgencia con la suplicante mirada que se deshace de pasión por él, por esos labios que la besan como nadie la besó jamás, que le hacen sentir viva, que consiguen que las fuerzas de su naturaleza fluyan y palpiten en todo su esplendoroso ser, con el espíritu en calma que se entrega tranquilo porque ha encontrado el lugar donde merece la pena morir. La curvatura de sus senos resalta bajo el encaje del bralette que le engalanan su atractivo ser carnal. Su sonrisa tímida lo ilumina todo, la firmeza de sus nalgas a juego con la tersura de su cabello están ahí donde siempre esperó descubrirlas, él viajó por todo su ser, la conoció desde sus hermosas piernas blancas hasta la espalda, le acarició su sexo, le besó la entrepierna y los abastecidos muslos como se besa el mas delicioso de los dulces, subió por los recovecos de su costado llenando de besos cada fracción de piel de su cuerpo, justo ahí donde sólo la luz de la luna ha tocado y guardado el secreto de su intimidad lasciva, reivindicándolo todo, palmo a palmo, recorriendo cada lunar que taracea las finas maderas de su perfume de Katy Perry con un beso suave a la vez, un beso suave por cada una de esas veces que fue tocada por cualquier inmerecido que la ha mancillado, lavando las marcas de cada guerra peleada y perdida que dejó devastados sus terrenos aun fértiles pero mal trabajados, respiró su aroma... cacao y almendras... miel y frutos rojos... paró en su ombligo... tomo alientos nuevos y reemprendió el acto con bríos renovados, le besó los senos tiernamente, por encima del encaje que seguía ahí expectante, le recorrió el pecho con la punta de la lengua sedienta de ella, le tersó el cuello con el calor de una libido que desea probarlo todo y entonces las vio, esas arracadas, donde el pensamiento se detiene en el tiempo a contemplar esos testigos mudos de la descarada sensualidad de las formas de su ama, de la elasticidad de su cuerpo joven, y su risueño brillo dio cuenta de todas las formas perversas y excitantes de participar de ella.


El desvelo acompañó la imaginación que se extendía más allá de la prohibición, el tiempo se detuvo para dejarle besar sus caderas todas las veces que fueran necesarias, una y otra vez, para desprenderle pausada y rítmicamente el cachetero que flanquea sus juveniles y firmes nalgas, que recelosamente protegen contra viento y marea los retoños de su sexo perfectamente conservado que se debate entre la adolescente y la mujer que madura en su interior. Sus veintitantos años bonbadosos y gentiles la mantienen tan fresca, tan dulce, con sus aromas tiernos como los primeros días de enero que le dan la bienvenida a él y lo reciben entregándole el mejor de los climas y la mejor de las cosechas de las inocentes mañanas que se revelan a principios de todos los años. Lentamente, el encaje vino deja asomar tímidamente la totalidad de ella, que se ha reservado hasta el último momento, un par de marcas de nacimiento aparecen por aquí y por allá, ella está ahí, tan completa, tan dispuesta, tan extasiada, en este punto del camino en el que retornar ha dejado de ser una opción. Él se va colando entre sus piernas mientras esos ojos de gata le contemplaban desbordados de deseo, ese rostro excitado tímidamente pedía más de él, lo querían todo de él, hasta la última gota del río de vida que tenía para ofrecer. La tomó por la espalda, entrometió su mano en el último bastión de las ropas que le cubren lo poco que queda de timidez para esconder, con habilidad de prestidigitador desprende cada broche que sujeta al bralette, le descubre los senos, los contempla en medio de la complicidad de la cota de malla de la pechera que cede sin resistencia, que deja vulnerables ese par de templos de vida, los acaricia con mano firme, segura, que deja en claro que nadie más la poseerá como él, que a partir de ahora no hay ingenuo capaz de usurpar el deseo sicalíptico que le ha estampado en todas las paredes de su templo. La sujeta firmemente de las nalgas, las recorrie una y otra vez con el tacto, las vive tersas, puras, vuelve a olfatear su cabello, se deja llevar por esos mechones de los que se columpian todas las caricias pendientes que esperaban por ella agazapadas a la sombra del conflicto instrapsíquico que todos los días se debatían en la triada estructural de su ser, esas que hace tiempo vivían y morían reprimidas cada vez que la veía sentada en aquella parca butaca de estudiante, aquellas que sólo atinaba a convertir en un fugaces roces de su hombro que lo cargaba de electricidad, que terminaban por transformarse en palabras disfrazadas de Freud que eran para ella y para todos los presentes, pero más para ella, en las que le declaró todas las veces que la deseó suya, que la reconoció prohibida, tan cercana y tan lejana, tan seductora, única y que le desarmó todos los mecanismos de defensa que se alinearon uno a uno para salvarlo de la lascivia que lo empujaba hacia ella y en esa misma alineación caían fulminados tan sólo por la mueca y la mirada que siempre sostuvo ella cada vez que lo tenía cerca. Se posó en su sexo, la tomó de todas las maneras posibles, con ternura y con violencia, con brusquedad y con delicadeza, la venció hasta el cansancio, la agotó hasta la extenuación, le exprimió todos los alientos, capturó todas sus miradas, la hizo suya hasta el grado de que no será jamás de nadie más, bailó con ella, por ella, sobre ella y dentro de ella, en una compulsión repetida de tomarla ahora que está disponible. Convirtió su espalda en el escenario de una lucha violenta entre los besos y los frescos brotes de vellos que se erizaban para resistir la acometida, se pegó a ella, dos cuerpos queriendo estar en el mismo espacio, aun en contra de las leyes físicas que lo sugieren imposible, le apretó nuevamente los senos mientras le besaba el cuello, pecho contra espalda logró que sus rodillas rompieran filas y se rindieran a la suavidad de la sedosa manta que envolvía el terreno de batalla. La noche entraba por la ventana y ella, de cara a las estrellas era señalada pícaramente por su delicado toque de plata que la iluminaban y la ensombrecían, la embellecían, la evidenciaban sensual y sexualmente dispuesta para él, que adentro y afuera movía sus carnes en un andar oscilante que los llevaba hacia atrás y hacia delante, que los llevaba lejos sin moverse del lugar, una y otra vez. Con ánimo renovado, la sangre caldeada y dispuesto a dejar la vida que le queda la tomó una última vez, por la caderas enigmáticas, se embriagó de ella, se perdió en su danza, se convirtió en su sombre, la alejaba y la acercaba, la deseaba así, atrapada en ese tenso instante que se debate entre la partida y la permanencia. Sus rodillas firmes sostuvieron con estoica entrega la estocada constante que la penetraba una vez, dos veces, tres veces, muchas veces, todas las veces, podía sentir toda su carnalidad palpitando dentro de ella, anunciando que pronto se extinguirían por un instante y para siempre en una suerte de lugar donde el mar y el río mezclan sus aguas para volverse uno con el océano. Las arracadas se agitaban violentamente como desplazadas de su centro de gravedad por un torrente que lo arrasa todo, rítmica y abruptamente se sarandean contra el espacio, se estampan contra el juego de luces y sombras que esperan camufladas en la madrugada, apretujadas las unas contra las otras, conteniendo el aliento, esperando el resultado final del encuentro mortal que los devastará, que los aplastará, del que no regresarán siendo los mismos nuca más. Los gemidos de placer se levantan, uno atrás de otro, ella se muerde los labios , sabe que va a explotar, él la toma con más fuerza, la embiste como si en ello se le fuera la vida, el ritmo sube, la cadencia se precipita hacia el final del túnel, hacia la luz del mundo nuevo que la recibirá transformada en un grito a dueto que será la sinfonía mas bellamente interpretada jamás, donde el coro de respiraciones aceleradas, de sudores mezclados que saben a humedad... a cacao... a almendras... a miel y frutos rojos perderán todo decoro para dejarse fluir libremente, todo ello embebidos en las maderas finas que revisten la piel de esa chica con ojos de gato. El ambiente se tensa más, les oprime el pecho, les corta la respiración por momentos. Las arracadas sudan cada gota, vibran con cada vello que se enchina, gimen cada asalto, cada acceso, cada toque eléctrico que les recorre la espina dorsal y entonces, como si fuera la voluntad divina, la intempestiva lucha frena en seco, un mar de vida inunda las cavidades fértiles donde nace un río de aguas placenteras, donde han depositado el hálito de vida que les restaba y se han entregado a la voluntad del otro que rendido deja caer su cuerpo en los terrenos de la flaqueza y se inundan de flacidez. Sus rodillas, extenuadas al límite ceden a la calma que invade la habitación, caen uno sobre otro, respiran a bocanadas y jadeos intentado recuperar el aire del mundo que momentáneamente los abandonó. Una estrella fugaz se lanza al cuadrilátero, como referí inicia el conteo regresivo, no hay respuesta, sólo una declaratoria de empates que son celebrados como la mayor de las victorias, esa que los unió de una vez y para la eternidad.


"Me encanta la fuerza que tu cuerpo tiene

Para conseguir lo que tuvo y que quiere

Mujer consecuente ahora y siempre hasta la final"


Los espectadores se retiran, los éxtasis desaparecen, el auditorio se inunda de tranquilidad, un abrigo mojado colgado del perchero, unas calcetas azules de silvestre que contemplan el techo de la habitación desde el anonimato de las sombras, un cachetero negro de encaje vino que desorientado yace a los pies de una humilde cama del dormitorio de cualquier una unidad habitacional cualquiera, un bralette que se aferra con sus últimas fuerzas a la superficie del colchón presionado hasta los límites. Dos cuerpos entrelazados que parecen uno, dos figuras bañadas por el brillo estelar, un par de sonrisas satisfechas enlazadas en un abrazo que durará para toda la vida y todas las vidas que los reencarnen, una lágrima cálida en los ojos de gato que se saben protegidos, amados, deseados y con la promesa de mejores tiempos por venir...La luna sale del recinto, la escoltan sus aliadas nocturnas y se van en silencio, disfrutando las memorias que almacenaron en sus cuerpos como evidencia de la pureza del ser humano. Una arracada, que agotada decide entregarse a los caprichos de la gravedad, se desprende de su puesto y se deja caer silenciosamente, rodando por el suelo que lo atestiguó todo para acurrucarse junto al par de gafas que adornan los prismas que han visto la vida durante veintitantos eneros.


 
 
 

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