Muerte Aparente (STEF)
- Alex L. Galicia.
- 11 sept 2020
- 9 Min. de lectura
Cuando era más joven y estaba en mis años universitarios me resultaba revitalizador andar por esos pasillos húmedos y verdes que desprendían aroma a letras, café, jovialidad y esperanza. Aún recuerdo la primera vez que pisé la entrada de la Casa Abierta al Tiempo, me sentía afortunado de formar parte de algo que parecía más grande que yo mismo, de una comunidad abierta al tiempo, a la multiculturalidad y que anunciaba el ingreso a una mejor calidad de vida (lo que sea que eso significara).
El lugar hacia un hermoso honor a su nombre, podías mirar las estaciones pasar con todo el poder de su expresión. Era algo cotidiano, y no por eso menos maravilloso, ser recibido a la entrada del Edificio M por un hermoso cerezo que inspiraba paz y juventud cuando florecía, y sabiduría y resiliencia cuando estaba desprovisto de sus flores. Como fuera siempre era hermoso que ese árbol y sus semejantes te saludaran con respeto y cortesía cuando pasabas por ahí; parecía que depositaban su confianza en tí y que te cubrían de sus bendiciones y buenas vibras.

Entre los andares, los vaivenes, los debates, las causas sociales y las películas de culto me esperaba tu amor, uno de esos que no imaginas que valorarás tanto y que te cambiarán la vida, ese amor que suavemente te conduce de un lado de la vida a otro, de la adolescencia a la adultez, del miedo a la valentía.
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Con la cabeza metida en la incomprensión de las políticas públicas y su relación con Foucault, con el tiempo contado y un andar presuroso me hacia acompañar de mi vestimenta hippie, un apresurado café insaboro, las ya obligadas donas con azúcar glas y un paquete de sueños metidos en los bolsillos rotos del pantalón. Así era la maravillosa vida del universitario que diariamente iba esperanzado de lograr captar algo nuevo entre el embrollo de teorías y palabras ininteligibles que poco a poco iban cobrando significado dentro de la conciencia de un desconocedor del tema y de la vida. Café, donas, prisas, cerezos, pasillos, debates, pasto, marihuana, cerveza, amigos y la comida más sabrosa y barata que jamás había comido. Un día tras otro y así por tres meses y medio ¿Qué más puede alguien pedirle a la vida cuando ya es bella por sí sola? esta era una pregunta que solía hacerme, básicamente era una pregunta de mera retórica, por costumbre y por que me hacía sentir que al menos eso sí lo podía reflexionar y entender, nunca fue un reto ni un reclamo a la vida, tampoco fue una petición de bondad y bendiciones a los Dioses pero parece que ellos no lo entendieron así y de entre su complicidad con el karma, la suerte o ve tú a saber por qué otra razón y medios, te hicieron aparecer un día frente a mí.
Era una mañana como cualquier otra, pero había algo raro en ella, donde mirara parecía que la vida aparentaba así como aparenta quien sabe que ha preparado una sorpresa para alguien y muere de ganas de entregarla. Podía ver la risa pícara de los árboles que se esforzaban por parecer los mismos de siempre. Podía ver cómo el fresco de la mañana se mandaba señales con un cielo que apenas empezaba a clarear, ellos sabían algo, algo que se reservaban pero morían por compartir. Así me acompañó el aire, al frío, el sueño, las canciones de banda del chofer. Así me acompañó la prisa por llegar a tiempo y el café insaboro. Las donas glas, la vestimenta hippie y los sueños de mis bolsillos. Así me recibió el cerezo de siempre, me bendijo como de costumbre y me volvió a encargar sus esperanzas y anhelos. Así subí las escaleras de siempre, caminé por el pasillo habitual y entré al salón. No sé cómo pero lo supe. El cielo rió jubiloso, el viento dejó de soplar, el café cobró un sabor dulce que jamás antes había tenido y el mundo se detuvo en tu abrigo rojo y tu hermoso perfil femenino. Te vi retocar esas hermosas mejillas que eran extraordinariamente comunes, te miré sacar un labial y pasearlo por las crestas de tus labios, no supe si se pintaron de algún color en particular, quizá porque soy una especie da daltónico incapacitado para ver más allá de los 16 colores con que programaron mi configuración básica. No sentí miedo, no sentí pena, no sentí timidez, sólo sentí al viento empujar mis manos con las donas hacia tí para ofrecerte algo que seguro no aceptarías ¿Quién aceptaría una dona glas luego de pintarse los labios? pero dijiste que sí. No lo sabía y quizá tú tampoco, pero aquí empezábamos a contar dos historias que se entrelazaron para hacer pulseras eternas que se colgarían de nuestras muñecas para recordarnos que algún día nos pertenecimos.
Siempre tuviste un sabor a manantial. Siempre entraste sin hacer ruido ni mover nada, respetuosa y majestuosa. Eras quien escuchaba y sabía darse a entender. Quien conocía los momentos exactos en que las palabras fueran las estrellas principales y los momentos en que las acciones, las sonrisas, los roces de las caricias de tus manos o cualquier otro personaje debía pasar a ocupar el escenario para comunicar lo que tu ser tenía que decir. De esa forma suave venciste mis resistencias, mis negaciones, fortaleciste mis piernas en las estaciones de flaqueza, diste más amor del que alguien podría pedir, silenciosa y comprensiva, con esa hermosa forma de sonreír que se enmarcaba detrás de un colmillo coqueto que nunca cedía ante tus labios y lo iluminaba todo, que te daba ese talante felino hecho ternura, sensualidad y salvajismo.
Cuatro años así, todos los colores y todas las estaciones pasaron por ti. Te vi florecer y marchitar. Te vi caer y levantarte. Te contemplé horas, semanas, meses, años. Fuiste sencilla y transparente; también confusa e incomprensible. Esa camaleónica personalidad me educó en la vida y en los afectos. Aprendí a amar de ti. a abrazar de ti. A compartir mejor de ti. Aprendí a desear algo más que a mi mismo, algo más que a mi suerte, a mi música o a mi neófito psicoanálisis. Pasaste por mi vida con la suavidad con que el sol calienta los brotes de primavera y me diste el propósito.
Un día era Freud, otro día era Foucault, algunas veces era Levistrauss, Roudinesco, Bleichmar, Castoriadis, Rockdrigo González, Los liquits, Unos Bunker recién formados, pero todos los días eras tú, envuelta en el capricho de mis deseos aún infantiles que eran educados y madurados por tus manos. Los recuerdos de ti son muchos. Después de ti morí, una mañana, cuando creíste que tu trabajo estaba terminado simplemente te marchaste. Te fuiste y dejaste un cuarto vacío, un deseo de familia, una estela de vida que amodorrada se sepultaba con el paso de los años en lo más profundo de mi tronco petrificado. No lo supe hasta hoy, fuiste mi última lección, el último pasaje hacia la vida que me espera. Me enseñaste el mensaje de la sinceridad del cosmos, plantaste la experiencia que me salvaría el día de hoy que, entre mi estado cataléptico, reactiva mi circulación, mi respiración y mis funciones vitales, me arranca de los brazos del Zoe sin sentido, me salva del abrazo de Atropos y las Moiras que impacientes me desean con ellas, y valiéndote de las raíces de los cerezos que siempre flanquearon la entrada al recinto del saber en la Casa Abierta al Tiempo depositaste una vez más esa gota de agua que me refresca con la mejor de las memorias que tengo de ti.

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El último de tus recuerdos.
Lo curioso de los momentos de resurrección es que parecen preferir las noches. En el reproductor suena after midnight.
We'll stagger home after midnight
Sleep arm in arm in the stairwell
We'll fall apart on the weekend
These nights go on and on and on
Y ahí estas de nuevo. Sólo debo cerrar los ojos y empatar con mi muerte aparente. Es como si fuera ayer.
10:00pm y llegas a casa, seguramente cansada por el pesar del último año de universidad, el servicio social y el último año de sonrisas juntos. Coges la cena que he preparado para ti. El plato al interior del horno comienza a girar para recibir las microondas que harán comestible los últimos bocados de alimento de tu día. Escucho caer tus zapatillas con ese golpe seco y el suave sonido que hacen tus ropas al desprenderse de tu cuerpo. Sé que estos momentos son oro para ti, son momentos en los que descansas del mundo y por antonomasia, de mí. No lo sabes pero yo disfruto seguirte con la mente mientras andas por el departamento, amo ese andar pesado con el que arrastras las sandalias de un lugar a otro mientras andas en short por el reducido espacio. Te escucho entrar con sigilo a la habitación que hemos acondicionado con un colchón sencillo que compartimos como evidencia de nuestro disimulado matrimonio que hemos ostentado por los últimos tres años sin saber que esto ya es vivir en pareja. Puedo oír la precaución con la que sacas la pijama del humilde mueble que improvidamos para nuestras pocas pertenencias, intentas no despertarme y yo aparento que duermo, siempre expectante a tus necesidades, quiero estar ahí si me necesitas y si es necesario, en ese momento no lo sabía pero estaba aprendiendo a respetar tu espacio, ese que nunca me exigiste pero que sé que me agradeces cuando me quedo en la entrada sin invadirte. Miras al techo y te detienes unos minutos a contemplar las imágenes proyectadas en él. Universos y estrellas que siempre he sabido que te gustan y que están ahí para ti. Es lo menos que puedo hacer para agradecer la maravillosa mujer que siempre has sido conmigo y la forma en que aprendí a disculparme contigo por no ser capaz de estar a la altura de tu corazón. A veces me besas la frente antes de ir a cenar y a veces sé que me miras con ternura y sólo suspiras. Quizá te preguntabas desde ese momento qué es lo que seguías haciendo ahí y supongo que el amor era siempre la respuesta. El pitido del horno anuncia la insípida cena de hoy, no por mala, sino porque tu agotamiento sólo desea hacer las cosas lo más rápido posible para ir a descansar. Sé que desearías poder lavar el plato, la taza y la cuchara que has usado pero es más fuerte la necesidad de descanso y de aprovechar el restringido tiempo que pasamos juntos. Te diriges al baño. Nunca te lo dije pero esa es mi parte favorita de la noche, esa en la que finjo que me despierto porque deseo que tu hermosa sonrisa sea lo último que vea antes de dormir. Parecerá tonto pero muchas veces pensé que si la muerte me alcanzara al menos me llevaría ese hermoso paraíso de tu rostro a mis días en el más allá. Puedo escuchar cuando abres la llave del agua, disfruto el sonido de las últimas prendas tuyas al ser separadas de tu cuerpo. Puedo pensarte desnuda, me regocijo en tu hermoso color canela que refleja las tenues luces del baño y las devuelve como rayos de sol veraniego y entonces sucede la magia. El flujo del agua de la regadera cambia el patrón, es así que sé que el agua empieza a lamer los esfuerzos que han hecho tus músculos hoy y los transforman en tesituras que suenan como a una canción cantada por la misma lluvia. Mientras cae el agua al suelo, mientras baña tu sensualidad, en el techo de la habitación las estrellas y los universos siguen pasando a través de mis párpados cerrados y se vuelven magia, tú los haces magia. Mis dolencias, lamentos y malestares dejan de ser importantes porque me vuelvo en el tiempo y te veo otra vez con ese abrigo rojo, el maquillaje de tus extraordinarias mejillas comunes y el labial sin color que adorna las crestas de tus labios. En ese momento eres una mujer atemporal, estás ahí, estuviste ahí y estarás ahí cuando el cansancio me venza, cuando los amores me traicionen, cuando la esperanza se pierda. Hoy, en medio de mi muerte aparente, de entre mis frágiles motivaciones, con la fe molida y los sueños perdidos, vuelves a mí en forma de ese último recuerdo. Puedo escucharte cerrar la regadera, secar tus pliegues, vestir tu lencería con motes de gatitos en las pantaletas, andar hacia la habitación común y apagar el proyector. Te siento meterte en las cobijas, me giro para mirarte, y aunque siempre los he visto, me sorprenden esos enormes ojos amorosos que están felices de verme, tu mano acaricia mi cabello, me cuentas tu día y me preguntas por el mío. Entrelazas tus piernas con las mías, un hábito que siempre amé de ti porque me hacias sentir tu protector. Acaricias mi cabello, te acercas a mi rostro, me das las buenas noches y depositas tu beso en mis labios... el sueño viene después y nos acurruca a los dos... 12 años después esa última imagen me invade, me desamodorra, me despierta de mi letargo y me recuerda que alguna vez amé, que lo volveré a hacer y que sabré identificarlo porque tú me lo enseñaste bien, es algo que entra con suavidad, indoloro, discreto, pero terso y placentero que te hace desear ser y estar ahí para siempre.

Mañana será otro día y sé que si lo necesito vendrás una vez más a mi rescate y resucitaré para volver a ser yo el dueño de la vida que me había abandonado.
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